¿Por qué un cojo no nos irrita y sí nos irrita un espíritu cojo? Porque un cojo reconoce que nosotros andamos bien y un espíritu cojo dice que somos nosotros los que cojeamos. De no ser por esto, tendríamos lástima por él, y no cólera.
Epiteto pregunta con mayor energía: «¿Por qué no nos enfadamos si nos dicen que andamos mal de la cabeza y nos enfadamos sin nos dicen que razonamos mal o que escogemos mal?» La causa consiste en que estamos muy seguros de no andar mal de la cabeza y de no ser cojos, pero no estamos tan seguros de escoger lo verdadero, de suerte que, tener seguridad sólo porque vemos las cosas con nuestros propios ojos, cuando otro ve con sus propios ojos lo contrario, nos deja atónitos y nos asombra. Y más aún cuando otros mil se burlan de nuestra elección, porque hemos de preferir nuestras luces a las de tantos otros, y esto es temerario y difícil. Jamás se produce tal contradicción en los sentidos cuando se trata de un cojo.
El hombre está hecho de tal manera que, a fuerza de decirle que es un imbécil, lo cree; y a fuerza de decírselo a sí mismo, se lo hace creer él mismo, porque el hombre mantiene consigo una conversación interior que importa regular de modo conveniente. «Corrumpunt bonos mores colloquia prava». Hay que permanecer en silencio cuanto se pueda, y no hablar sino de Dios, de quien sabemos que es la verdad; y de esta forma nos persuadimos de ello a nosotros mismos...
Blaise Pascal dixit.
Por cortesía de mi querida Miriam Castilla, tras 21 años de amistad…